viernes, 28 de octubre de 2011

Todo un viacrucis en Transmilenio




Transmilenio lleva ya 12 años de servicio, y exactamente no es tan bueno como lo anuncio Peñalosa en 1998, todos los días tenemos que ser literalmente humillados al hacer uso de este servicio, al principio si se llegaba un poco más rápido a nuestro destino, los usuarios no eran tantos y los articulados pasaban más seguido, pero ahora estos buses tienen que ir más lento debido al pésimo estado de las calzadas, se aumentaron las rutas pero los buses no y la cantidad de pasajeros aumento indiscutiblemente obligándolos a ingresar a los articulados de manera forzosa quedando literalmente como una lata de sardinas.

El costo del pasaje es de $1.700 pesos lo cual no es nada barato, pagamos un costo elevado por un pésimo servicio, es más, pagamos este valor – como dije anteriormente – para ser humillados.

Yo vivo en Soacha, donde el Transmilenio todavía no llega, las estaciones están listas y terminadas pero el funcionamiento de estas todavía tarda aproximadamente 6 a 8 meses. Cada vez que puedo evito tener que utilizar este sistema, prefiero caminar 30 calles a ser aplastado o chalequeado por otros usuarios; pero cuando realmente no hay otra opción, ni modo, llego al portal del sur donde todo se vuelve un viacrucis, son cuatro cajeras las que atienden la taquilla y lo hacen con una tranquilidad sin importarles las cosas que les dicen los usuarios debido a su lentitud, a causa de esto las filas son enormes, desmoralizantes cuando uno las ve sabiendo a ciencia cierta que se llegará tarde.

Después de escuchar las críticas de los demás hacia las cajeras y el respectivo servicio, tengo mi pasaje, en los torniquetes de acceso es otra cosa, se ve agilidad mezclada con la falta de cultura ya que no falta el que salta por encima de ellos  aprovechando el descuido de las autoridades. Una vez llegado a la plataforma especifica se ve el tumulto de gente esperando el articulado, definitivamente no hay nada más inexacto como los relojes que indican la llegada del próximo bus, nunca he visto que coincidan, al menos no en los de los portales; y aquí es donde se ve la falta de cultura una vez más, el articulado tiene cuatro puertas dobles, por lógica las filas de los usuarios deben ser también dobles, lo cual se ve solo por un momento porque al instante que llega el bus los que están de ultimo en la fila se salen y por un lado de esta se meten a la fuerza creando un gran alboroto, a veces pienso que alguien podría matar por conseguir una silla vacía, uno podría estar de primero en la fila, pero con los empujones, jalones, golpes y demás; no logra uno sentarse, y me ha pasado, he visto a usuarios que se caen por el alboroto y a los demás no les importa nada pasarles por encima.

Todo esto debería tener un mejor control y no me refiero a los jóvenes de chaqueta amarilla que sinceramente están de adorno, porque para información están los mapas aunque admito algunos están ilegibles o en pésimo estado.

Una vez dentro del articulado, si usted logró sentarse es porque tiene suerte, si no, agudice sus cinco sentidos porque Transmilenio que se respete lleva dentro al ladrón que chalequea con una facilidad, en especial si el bus está completamente lleno, también está el terror de la mujeres, ese tipo desagradable, ese morboso que anda manoseando y restregando a toda mujer que haya a su alcance, por otro lado esta ese joven con su reproductor portátil a todo volumen escuchando lo que yo creo, solo le gusta a él, reggaetón, hip hop y hasta carrilera o norteña, tal vez debería comprarse unos audífonos y escuchar sólo para él, y por ultimo está el tipo que no le importa saber que huele mal y mucho menos le importa incomodar a los demás.


Estos son solo unos de los pocos inconvenientes que posee Transmilenio que espero con ansias se solucionen rápido, tal vez con la futura Alcaldía, pero la verdad es que por más que nos quejemos y que los usuarios hagan protestas bloqueando las calzadas no se solucionará de manera rápida, todo es una ilusión, sólo nos queda seguir luchando contra la intolerancia y la falta de cultura así nos toque irnos siempre de pie con el pervertido a un lado y el del mal olor al otro.

domingo, 2 de octubre de 2011

El drama cotidiano de un vendedor ambulante en Bogotá

Bogotá, ciudad capital con más de 7 millones de habitantes, cientos de parques, ciclo rutas y mucho entretenimiento; capital mundial del libro en el 2007 y también como la mejor ciudad Bienal de Venecia en el 2006. Esta maravillosa ciudad que tras sus encantos, tiene cicatrices que muchos quieren ocultar con el maquillaje de la indiferencia.

En Bogotá según las encuestas hay más de 200.000 desempleados; personas que luchan el día a día para lograr sobrevivir en esta jungla de asfalto; pero hay que recalcar que de los 200.000 bogotanos aproximadamente 60.000 son vendedores ambulantes, como es el caso de Rafaela que será nuestro personaje principal.

Rafaela o Rafita como le dicen las personas que la conocen lleva ya 38 años trabajando como vendedora ambulante. Todos los días muy a las 4.30 de la mañana se levanta a prepararse su café matutino; con cada sorbo piensa en lo que le podrá deparar el día, si será bueno o malo, si lloverá o hará sol o si estará a salvo de los policías que tanto atormentan a los vendedores informales, como ella.

Son las 5.30 de la mañana y Rafita sale de su casa ubicada en el barrio La Paz, al sur de la ciudad, se dirige normalmente a la avenida donde espera el bus que le llevará a un día más de trabajo. Su espera se torna ansiosa en ocasiones cuando el transporte público se retrasa o simplemente sigue derecho sin recogerla, cosa que molesta a Rafita ya que a ella no le gusta hacer esperar a sus clientes.

Su recorrido hasta la carrera séptima con 31 donde se encuentra su puesto de trabajo, tarda una hora con quince minutos, tiempo que se le hace eterno a Rafita cuando le toca irse de pie en el bus, o completamente relajado si corre con suerte y encuentra un asiento dentro del bus desocupado, o simplemente cuando un caballero se lo cede como gesto de cortesía.

Al llegar a su sitio de trabajo se dirige a un parqueadero que queda sobre la carrera sexta, donde muy amablemente le guardan toda su mercancía sin ningún costo o tipo de arrendamiento. Saca su pequeño stand con varias canastas en donde se encuentra su mercancía de manera organizada, no tarda más de diez minutos en acomodar su pequeño puesto informal. Al final pone cuidadosamente su parasol de color rojo que termina dándole un toque de vida a la calle que parece olvidada.

Las ventas comienzan temprano, principalmente cigarrillos, aunque la nueva ley prohíba la venta de estos al menudo, Rafita lo hace ya que estos representan un porcentaje importante en sus ingresos. El día sigue trascurriendo al igual que las ventas, cigarrillos, mentas, dulces, gomas, papas, jugos, gaseosa, ponquecitos, chocolates y un sinfín más de productos que son el vivir de Rafita.

Llegado el medio día, también llega la hora del almuerzo, el hambre se comienza a notar y Rafita lo único que tiene que hacer es esperar; todos los días y casi a la misma hora, baja José, quien es un mesero de un restaurante ubicado dos calles más abajo, José le dice el menú a Rafita normalmente, como si se estuviera dirigiendo a su mejor cliente, y así es. Ella le dice lo que quiere y ya sólo es cuestión de esperar a que José vuelva con su almuerzo.

“Barriga llena, corazón contento” dice después de haber terminado su vaso de jugo y culmina diciendo “a seguir trabajando”, y así es; después de la hora del almuerzo vuelve la misma rutina, de cigarrillos a gomas y de jugos a mentas, de una venta a la otra.

Rafita lleva 38 años trabajando como vendedora informal, de los cuales 14 ha estado en ese mismo sitio, 38 años luchando contra viento y marea para poder sacar a sus hijas adelante, no tiene ningún ideal político y le teme a los policías por percances que se presentaron años atrás cuando estos perseguían, destruían y le quitaban a los vendedores sus pertenencias.

Sueña y anhela con que terminen rápido la adecuación de la carrera séptima ya que debido a esta obra, el nivel de transeúntes ha bajado y por consiguiente las ventas. Son las siete de la noche, ya han pasado 12 horas, Rafita se dispone a acomodar toda su mercancía y llevarla de nuevo al parqueadero donde la guarda, al salir le agradece a Dios con gran devoción haberle dado un grandioso día y permitirle irse para su casa con algo con que alimentar a su familia.